“¡Cuidao con el alacrán, debajo de las matas!”, gritaba Ginés García López a los mozos de la cuadrilla de trabajadores del esparto (esparteros) mientras recolectaban torpemente el recio material vegetal en las faldas del Cerro del Pino, Ciudad de Hellín. “¡Cuidao con los ojos al agacharos!”, “Tenéis las manos tiernas”, “No tires tan fuerte, que te llevas la mata”, sermoneaba. Unos años más tarde, esos mismos mozos ya no temerían la picadura del arácnido, cuidarían de no ensartarse un ojo con las puntiagudas hojas y alcanzarían un rendimiento en la recolección difícilmente creíble en la actualidad.
Corrían los años cincuenta del siglo pasado. En plena canícula, los ralos montes del pueblo se abarrotaban de siluetas encorvadas con una frenética actividad de trabajo. Millones de kilos de fibra de esparto (Stipa tenacissima) descendían por las laderas en mulas y carretas para su posterior tratamiento y manufactura.
Al prohibirse las importaciones de fibras exóticas durante la dictadura, el aprovechamiento del esparto se convirtió en un baluarte frente a la miseria de la posguerra, ofreciendo a este y otros muchos municipios del sureste español una oportunidad para su recuperación. Se estableció así toda una economía industrial, una cadena de producción apoyada en complejas máquinas automatizadas. Pero toda esta novedad no era sino la herencia de un trabajo manual preservado durante milenios, desde las olvidadas tribus ibéricas que verían su ocaso con la llegada de las grandes civilizaciones.
El Imperio Romano también supo aprovechar la oportunidad e incorporó este vasto patrimonio en favor de su expansión. Perfeccionaría y difundiría esta cultura del esparto, cuyos productos llegarían por tierra y mar a buena parte de sus dominios, ya fuera como útiles o como parte de los propios carros o navíos.
A esta tierra de prosperidad le darían un nombre: Campus Spartarius. Su paisaje y su legado se mantendría hasta nuestros días.
Cestos, capazos, espuertas, corbos, cordeles, sogas, hondas, esteras, sillas, calzado o aperos para agricultores y ganaderos son algunos de los productos de gran resistencia y durabilidad que se seguirían elaborando de la misma forma durante siglos, con manos habilidosas y un trabajo paciente basado en décadas de aprendizaje y práctica. Un oficio que hoy se encuentra en vías de extinción, pero que puede suponer un punto de inflexión en la lucha contra la hegemonía del plástico y sus desastrosas consecuencias en la tierra, los mares, y en nuestro propio cuerpo.
El proceso comienza con la recolección de las hojas del esparto, entre julio y octubre, cuando están secas por el calor y es menos probable dañar la planta al estirar de ellas. Esto también facilita el posterior procesado y proporciona un material de mayor calidad. La recogida es bien sencilla. Se utiliza un palo cilíndrico, preferentemente de metal y con un extremo ensanchado, en torno al cual se enrolla un conjunto de hojas y se tira de ellas, tratando de no partirlas ni de arrancar la planta del suelo. Estas hojas se van agrupando en manojos de un tamaño estandarizado, pudiendo pasar entonces a la siguiente etapa del proceso: el tratamiento.
Este comienza por un secado a la intemperie de una semana de duración, seguido de un “cocido”, en el que se sumerge en balsas de agua al sol durante dos semanas aproximadamente. De esta manera, se produce una cierta descomposición del tejido vegetal, haciéndolo más blando y maleable, pero no por ello menos resistente. Por último, el esparto se “pica”, golpeándolo numerosas veces con una maza para terminar de ablandarlo y desprender la parte leñosa. El “rastrillado” es opcional y tiene una función similar, al peinarse las hojas con púas de acero. El resultado es una fibra suave y fácil de manipular, que no se parte fácilmente a la hora de tejerse.
También puede trabajarse con esparto crudo, sin tratar, que es poco maleable pero muy rígido y resistente una vez tejido. Dependiendo del tipo de pieza y de acabado que se quiera conseguir, se trabajará con esparto crudo o con esparto picado, aunque este último es el más utilizado.
La gran complejidad y variedad de piezas de esparto que pueden elaborarse se logra con la combinación de las hojas de esta planta en tipos básicos de tejido, como la pleita, el más popular y consistente en una lámina que se teje en longitud con una anchura variable, dependiendo del número de ramales utilizados. La pleita puede a su vez combinarse entre sí o con otros tipos de tejidos, como la crisneja, la guita o el recincho, para dar lugar al producto final.
Aparte de en la elaboración de útiles, el esparto también se ha utilizado en construcción, para reforzar materiales y estructuras como techos de escayola, como parte de la mezcla de conglomerantes y morteros, e incluso como material de limpieza o herramienta de pulido.
A esta versatilidad se le añaden las propiedades físicas del esparto, que aguanta impasible el paso del tiempo con unos cuidados mínimos, incluso en las condiciones más duras. Todo ello sin la intervención de tratamientos químicos.
En un mundo dominado por productos sintéticos como el plástico, donde sus restos contaminan hasta los lugares más recónditos y aparentemente prístinos, las “tres erres” (Reducir, Reutilizar y Reciclar) nunca habían sido tan importantes. El uso de materiales naturales y biodegradables como el esparto permite cumplir sobradamente estos tres objetivos.
Este recurso nos permitiría reducir nuestra dependencia del plástico, al cumplir la misma función de material resistente y duradero. Las diferentes formas de tejido del esparto podrían crear buena parte de los objetos necesarios en nuestro día a día. Calzado de gran calidad, alfombras o esteras, recipientes de todo tipo, mochilas, bolsos, sombreros, herramientas, mobiliario, objetos decorativos, juguetes o materiales para construcción.
Además, estos productos serían elaborados mediante un trabajo artesanal altamente especializado y debidamente remunerado, lo que crearía un comercio justo y local que revitalizaría esta profesión secular en muchos de los pueblos desfavorecidos del mundo rural, de los que tanto hemos oído hablar. Pues es en estos lugares donde se encuentra el remanente de la tradición espartera, que urge recuperar y conservar, para que no caiga en el olvido junto a las personas que la han traído hasta nosotros.
Entidades como el Museo del Esparto de Riópar dedican sus esfuerzos a la recuperación, conservación y difusión de este conocimiento. Mediante la preparación de talleres dirigidos a todos los públicos, se intenta hacer apreciar de nuevo la oportunidad que nos brinda esta fibra natural, en un momento tan crítico como el que vivimos. Además, la variada colección de piezas históricas de esparto, algunas con más de un siglo de antigüedad, demuestra al visitante que otro tipo de vida es posible.
La innovación en materia de sostenibilidad no es solo cuestión de alta tecnología. También debemos echar la vista atrás. Aunar lo mejor del pasado y del presente, porque, una vez más, “Si he logrado ver más lejos ha sido porque he subido a hombros de gigantes”.
Álvaro García, Biodiversidad