Pasó por la vida como uno de esos lobos a los que tanto estudió: indómito pero noble, agreste pero elegante, montaraz pero seguro de sí mismo. Inundó con su voz de fragua y acero los hogares de todo un país con su apasionada defensa del mundo silvestre. Sus apasionados relatos hicieron posible que millones de españoles vibrasen con el planeo del águila, disfrutaran de la belleza del lince, los ataques del azor o el magnetismo incomparable del lobo. En aquellos años en los que el gran Cousteau reinaba bajo las aguas, nuestro legendario Félix lo hacía sobre la tierra. Como los grandes mitos de Homero, murió el mismo día en que había nacido, un 14 de marzo, sobre los hielos perpetuos de Alaska, dejando un cuerpo que fue llorado por millones de personas y un legado naturalista ingente, incomparable hasta la fecha.
Su vida, desde la infancia mágica en el páramo burgalés donde tuvo su cuna, hasta las nieves eternas del desierto azul de Shaktoolik que fueron su losa, es una enseñanza descomunal de un hombre paleolítico que sobrevivió a diez mil años de devastación, un ser luminoso que no sólo fue un comunicador inalcanzable, sino un guardián de viejos y secretos códigos, rescatando del olvido saberes esenciales para afrontar el futuro de la especie humana.
En sus trabajos de campo, más allá de los animales, nos mostró su pasión por cómo vivían los pueblos primitivos, su asombro por las pinturas rupestres, la cetrería, la relación atávica —milenaria— del ser humano con el lobo y otras reminiscencias de tiempos prehistóricos en los que, según defiende su biógrafo oficial, Benigno Varillas, éramos libres, nómadas, autónomos y más felices, adelantando su visión pionera de un mundo global interconectado por la ciencia y la tecnología, donde el conocimiento y el respeto por nuestros semejantes y la vida silvestre, formarían parte esencial de la humanidad.
Su trayectoria fue un intenso y apasionante intento por descifrar el verdadero sentido de la vida, enseñándonos a generaciones enteras que nuestros antepasados establecieron una armonía con su entorno que se prolongó durante millones de años, entretejiendo una maraña de vínculos afectivos, culturales y emocionales entre sus iguales y las demás criaturas del planeta, contraponiendo el deterioro, el pesimismo y las ataduras materiales de las sociedades industriales al optimismo contagioso de quienes narraban historias alrededor de un fuego, leían las estrellas y conocían los secretos de los bosques; el mensaje profundo de quienes amaban, hasta el tuétano de sus huesos, ese prodigioso regalo que se llama VIDA.
Había dicho Albert Einstein que sólo existe en el universo una fuerza mayor que la electricidad o la energía nuclear: la fuerza de voluntad, esa misma que Félix nos regaló envuelta en entusiasmo y creatividad, en curiosidad perpetua e insaciable junto a la más pura libertad de espíritu, una suerte de último héroe que murió porque estaba hecho de carne y hueso pero vivirá para siempre por ser un elevado, un portador de la antorcha y el mensaje de lo otro, más allá de la vida y de la muerte, de lo profundo, de lo que de verdad importa, porque Félix formó parte de esos seres que nos cambiaban con su luz y nos hacían mejores con su ejemplo, y eso es lo que queríamos contar hoy aquí: que una vez caminó entre nosotros un hombre, un caballero andante, con una cámara y unos cuadernos de campo, que entregó su vida para cortarnos la del planeta Tierra.
Ya sólo os queda confiar, gran maestro, que, asomado a ese ciclo infinito desde el que ahora nos miras, puedas seguir oteando tu páramo de Burgos y tus tierras de Castilla, sigas viendo las grandes manadas de caribúes atravesado las llanuras mientras las noches infinitas con su manto cósmico te cubren. Que la humanidad te recuerde más allá de los tiempos, que los aullidos del lobo te acunen en la madrugada y que las águilas te den sombra eterna con su vuelo libre.
Adiós, amigo Félix.
Hasta siempre, hermano lobo.
Para saber más:
- Félix Rodríguez de la Fuente. Biografía y Mensaje. Benigno Varillas (2020)
- Félix, un hombre en la Tierra. Odile Rodríguez de la Fuente (2020)
- Qué lugar más maravilloso para morir. Juan Manuel Ramos Cumplido (2020)
- La maravillosa infancia de Félix Rodríguez de la Fuente. Miguel Pou (2021)
Chema Fernández, Biodiversidad
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