Sin lugar a dudas, al referirnos al aguilucho cenizo (Circus pygargus), estamos hablando (y ya hablamos aquí), muy a nuestro pesar, de una de las aves rapaces más amenazadas a escala nacional. Se encuentra catalogada en el Libro Rojo de las Aves de España (2021) como “Vulnerable”, lo que le ha llevado a ser elegida —tras varios años figurando como candidata— como ave del año 2023, por la Sociedad Española de Ornitología (SEOBirdlife).
Esta situación ha colocado a esta especie, el delicado momento por el que está pasando y la incertidumbre acerca de su futuro en el foco mediático. Sin embargo, se lleva trabajando con el aguilucho cenizo en la sombra desde hace mucho tiempo de manera totalmente altruista. En numerosos lugares de España, se han obtenido resultados mínimamente esperanzadores.
El porqué de esta situación tiene su fundamento, entre otras muchas razones, en la transformación tan radical y rápida que ha sufrido la agricultura, en el caso que nos atañe, cerealista principalmente. El calor intenso y cada vez más prematuro, el déficit de lluvias y el consecuente adelanto de las cosechas forman un cóctel mortal para nuestro protagonista.
Llegados a este punto, resulta lógico preguntarse cómo afecta esto a nuestro anteriormente mencionado aguilucho cenizo. Bien, pues tenemos que saber que tanto el aguilucho cenizo como sus homólogos (el aguilucho pálido y, en menor medida, el aguilucho lagunero) anidan en el suelo, aprovechando así la cobertura vegetal que le proporcionan los campos de cultivo. La problemática, como hemos comentado previamente, reside en que estos hábitats se encuentran cada año más diezmados por la falta de agua, puesto que llueve menos y el crecimiento del cereal se ve reducido, de modo que se tiene que aprovechar antes.
Todo ello conlleva varios problemas:
Los aguiluchos no tienen el suficiente tiempo para sacar adelante la pollada, por lo que esos pollos afrontan el riesgo de morir fatalmente arrollados por las cosechadoras.
En el supuesto de que no ocurriera lo anterior, la falta de cobertura de los cultivos imposibilita a los pollos tener una sombra estable en la que poder reposar y evitar ese calor cada vez más extremo que se da durante los meses de junio y julio. Gran parte de ellos, por desgracia, perecen. Esta causa, sin ir más lejos, se dio el año pasado, lo que se resumió en una combinación letal: escasas lluvias, poca cobertura vegetal y olas de calor constantes.
Esta poca cobertura vegetal genera además problemas de depredación. Los nidos se encuentran muy expuestos y son excesivamente accesibles para los mamíferos, entre los más comunes el zorro, además de otros depredadores oportunistas como pueden ser otras rapaces, algunas zancudas o córvidos.
Para tratar de contrarrestar todo esto, muchos grupos y asociaciones, principalmente conformados por voluntariado, trabajan todos los veranos a contrarreloj. Su objetivo es salvar y sacar adelante el mayor número de pollos posibles. De forma muy resumida, este trabajo se puede esquematizar en diferentes fases.
En primer lugar, se han de localizar los nidos, uno de los trabajos que conlleva más tiempo y esfuerzo de campo. Una vez se tienen situadas las zonas de cría, es necesario contactar con los agricultores o dueños de las parcelas donde se encuentran. Durante esta fase, se valorarán numerosos factores, siendo la fecha de la cosecha el crucial, y el que va a marcar el devenir del trabajo posterior. A causa del adelanto de las cosechas, muchos de los nidos quedarían desamparados a su suerte si no se interviniera. Se trata de llegar a un acuerdo con el agricultor, o bien atrasando la cosecha, o bien protegiendo el nido de alguna manera (dejando rodal sin cosechar, cercar el nido, etc.), con la misión de evitar o, al menos, disminuir la probabilidad de depredación, y de que la cosechadora pueda visualizar y situar dicho nido a la hora de llevar a cabo el aprovechamiento.
En resumen, el papel de los agricultores y de la gente del campo resulta clave e imprescindible. Afortunadamente, cada vez existe más concienciación y sensibilización respecto al tema a nivel social, y, aunque lo cierto es que queda mucho trabajo por hacer, esperemos que dentro de unos pocos años la situación tan crítica de nuestro aguilucho cenizo quede en una mera anécdota, que nos haya servido para aprender y darnos cuenta de la capacidad de influencia que tenemos como ser humano en el medio que nos rodea.
Alfonso Guío, Biodiversidad