Sobre los contaminantes emergentes.
La mejora en los métodos de análisis actualmente disponibles ha permitido la detección de nuevos contaminantes en el medio ambiente cuya presencia se limita prácticamente a trazas, que hasta ahora permanecían ocultas a nuestras capacidades de detección, lo cual ha incrementado la preocupación por lo que vertimos a nuestras aguas.
Empezamos a ser conscientes de que en nuestras aguas se encuentran otros compuestos, que la comunidad científica ha denominado como “emergentes”, pero que son viejos conocidos de nuestro medio ambiente. Compuestos cuya presencia en el agua resulta inquietante por cuanto que no se conocen las concentraciones que serían permisibles, su persistencia, o siquiera sus efectos sobre los seres vivos.
De esta forma, en la última década se están empezando a estudiar compuestos en nuestras aguas como las parafinas cloradas, los retardantes de llama bromados (como el famoso Bisfenol A), los compuestos perfluorados, o los metabolitos procedentes de la degradación de productos químicos como pesticidas, sobre los que prácticamente nadie había estudiado hasta el momento sus efectos sobre el medio ambiente.
Sus efectos comienzas a desvelarse como muy graves, y más allá de su toxicidad directa sobre sistemas y órganos en los seres vivos, comienzan a verse efectos carcinogénicos, bioacumulación, o incluso disrupciones endocrinas que podrían afectar incluso a la supervivencia de determinadas especies.
Entre el 12% y el 64% de los corcones macho estudiados en los estuarios de Gernika, Pasaia y Deba, en las costas vascas, eran intersexuales, y en la mayoría de los machos, entre el 60% y el 91% se presentaba vitelogenina en el hígado, una proteína que sólo aparece en las hembras.
Medicando los ríos
Entre los contaminantes emergentes más preocupantes están los medicamentos, no sólo por la familiaridad de su uso y vertido, sino por lo extendido del mismo y la gravedad de sus impactos.
Su presencia en nuestras aguas obedece no sólo al vertido que se produce con su consumo en los hogares, sino a otra serie de fuentes de origen como:
- Las actividades ganaderas, que utilizan medicamentos y antibióticos para el tratamiento de los animales, y que acaban en las aguas por la infiltración generada al terreno al aplicar purines y otras deyecciones en la agricultura.
- La acuicultura, que utiliza en muchas ocasiones de forma extensa fungicidas, antibióticos y compuestos antiparasitarios para tratar los cultivos de peces.
- Los mismos hospitales, un importante foco de vertido de fármacos y metabolitos de los mismos a los cursos de agua residual urbana, con destino a nuestras depuradoras.
- Los restos de medicamentos que, según ciertos estudios, aún tira el 20% de los consumidores por el retrete, una contaminación por pura irresponsabilidad que todos pagamos.
Esto hace que tengamos una cantidad aproximada de 2 a 5 gramos al día de medicamentos por cada 1000 habitantes, de los cuales nuestras depuradoras actuales pueden dar cuenta perfectamente de analgésicos y antiinflamatorios, pero tienen problemas de asimilación del resto de grupos, que suelen estar entre el 20% y el 60% de eficacia en su depuración, so que supondría entre 0,5 y 1,5 gramos al día de medicamentos vertidos al cauce público por cada 1000 habitantes.
Una ciudad como Madrid podría suponer aproximadamente unos 4,7 kilos al día de medicamentos vertidos a sus ríos, y eso sólo teniendo en cuenta el vertido de la ciudad.
No es de extrañar, que sea posible luego encontrar trazas de medicamentos como la carbamazepina o incluso trazas de cafeína y nicotina en los grifos de nuestras casas
Superbacterias para el fin del mundo.
Entre los efectos perjudiciales para la salud y el medio ambiente que ya se están estudiando para estos nuevos contaminantes emergentes, existe uno de ellos en especial, precisamente vinculado al uso de fármacos y biocidas, que muchos científicos han calificado como el futuro Armagedón de la humanidad, aunque en esta ocasión Dios parece que podría adoptar un tamaño minúsculo.
Se trata del crecimiento de las resistencias a fármacos por parte de las bacterias en una batalla entre evolución y tecnología farmacológica en la que las bacterias patógenas están ganando con la inestimable ayuda del ser humano.
Dentro de esta batalla, una de las principales líneas parece ser precisamente la contaminación de las aguas y los actuales medios dispuestos para su depuración, que en muchas ocasiones terminan por convertirse en un importante sistema para la propagación en el medio de las resistencias naturales.
De hecho, los estudios realizados hasta el momento demuestran que el 30% de los antibióticos presentes en las aguas residuales no se eliminan en las depuradoras y se vierten al río directamente, fomentando la aparición de resistencias aguas abajo de las depuradoras en las bacterias presentes en el medio natural.
A pesar de ello, el principal problema viene dado por la capacidad de nuestros actuales sistemas de depuración de propagar las resistencias entre las bacterias existentes en las aguas residuales, convirtiéndose en un “amplificador” de las mismas, así como por la incapacidad de garantizar la completa destrucción de las enterobacterias encontradas en este medio.
Esto supone no sólo un riesgo para los trabajadores de la propia depuradora, o para aquellos que trasiegan con los lodos procedentes de las mismas, sino para la propia salud pública, sobretodo en aquellos casos en los que las aguas se reutilizan o se usan para fines recreativos o de baño aguas abajo del sistema de depuración.
Así lo han demostrado ya diversos estudios que han descubierto en las aguas vertidas desde las estaciones depuradoras superbacterias resistentes a la mayor parte de los antibióticos, incluso a los más avanzados, también denominados de tercera generación, utilizados precisamente para combatir esas resistencias en el entorno hospitalario.
Se estima que en Estados Unidos las superbacterias matan ya a unas 23.000 personas al año, y están presentes en al menos 2 millones de enfermedades, según datos oficiales, tendencia que parece que se eleva hasta las 25.000 muertes en el caso de Europa, dos tercios de ellas debidas a bacterias gram-negativas superresistentes.
La gran mayoría de estas muertes se producen en infecciones adquiridas en hospitales, pero el problema podría empezar a trascender este tipo infecciones, encontrándose detrás de algunas de las infecciones de más difícil tratamiento, y convirtiéndose en un problema de alcance y distribución global.
Esta tendencia podría llevarnos a una situación grave, en la que antiguas enfermedades menores e infecciones sin importancia, que hasta el momento se trataban de una forma sencilla y eficaz, se conviertan en enfermedades mortales sin tratamiento disponible o requieran de agresivos tratamientos con hospitalización.
Si quieres saber más: El Blog de La Calidad Ambiental.