Plantas carnívoras de la península Ibérica

Contaba una leyenda griega del siglo II d.C. la inquietante historia de un grupo de jóvenes marineros que, cansados de navegar, arriban a una isla desconocida de frondosa vegetación en la que, para su sorpresa, estaba habitada por una extraña raza de bellísimas mujeres arboriformes. Los muchachos, atraídos por sus irresistibles encantos, terminarán yaciendo con ellas, eso sí, sin imaginar que serían devorados sin la menor compasión por sus amantes vegetales. Este popular mito fue contado por Luciano de Samosata en su obra más celebre Historia verdadera, pero no es la única fábula en que seres humanos son atrapados por antropófagos vegetales. Existen numerosas leyendas tribales tanto en África (el yateveo), Sudamérica (el árbol carnívoro) o el sudeste asiático (el duñak), basadas todas en el mismo supuesto: plantas carnívoras enormes que engullían a seres humanos.

plantas carnívoras
Los vegetales ‘antropófagos’ existen en numerosos mitos y leyendas, algunas de ellas de cientos de años de antigüedad.

 

Cazadoras de insectos. Las plantas que fascinaron a Darwin

Charles Darwin fue el primer naturalista en realizar un estudio científico de las plantas carnívoras (1875). En la imagen, Darwin en su invernadero estudiando plantas insectívoras. Fuente: Edición Darwin y las plantas carnívoras CSIC, Biblioteca Darwininiana.

Mitos aparte, cuando el cine o la televisión nos cuentan la naturaleza, las grandes productoras de documentales muestran a leonas en la sábana de África persiguiendo hasta dar muerte a las gacelas, víboras krait que degluten roedores o jaguares emboscados en la espesura de la selva aguardando el paso de un confiado tapir, escenas todas que liberan una descarga de emocionante adrenalina en el espectador, creándonos la sensación de que el mundo natural está construido de persecuciones y huidas, mordeduras asesinas o garras y colmillos; una visión del naturalismo clásico victoriano que ha llegado intacto a nuestros días.

Sin embargo, los caminos de la cadena trófica son inescrutables y están llenos de múltiples relaciones, algunas de ellas basadas en un fabuloso universo de pequeñas trampas de silencio y quietud, en gotas de rico néctar pegajoso, pelos viscosos y vesículas aspiradoras, un mutismo apenas roto por el aleteo de un ingenuo hexápodo —casi siempre un himenóptero— que, sin saberlo, cederá sus compuestos de nitrógeno y fósforo a un fascinante grupo de plantas que han sido dotadas por la evolución de mecanismos para digerir tejidos animales; las plantas insectívoras, comúnmente llamadas carnívoras.

Existen en la naturaleza unas 650 especies de plantas insectívoras, llamadas así porque se nutren de invertebrados que ellas mismas capturan, fundamentalmente insectos, pero, en otros casos, arácnidos o pequeños moluscos. Casi todas crecen en turberas y humedales, donde el suelo es ácido y pobre en nitrógeno asimilable; en estas condiciones, capturar insectos es una forma de obtener compuestos nitrogenados sin necesidad de sintetizarlos. Al mismo tiempo, las hojas verdes de estas plantas fabrican hidratos de carbono, sin renunciar por tanto a la fotosíntesis.

Su forma y aspecto es muy variada, pero la estrategia para atraer a los insectos está basada en ofrecerles olores irresistibles y sabores atrayentes, agrupándose, según la forma de captura en 4 tipos fundamentales:

  • Dioneas: provistas de hojas prensiles a modo de ‘cepos-trampa’ que se cierran al contacto con el insecto, apresándolos entre los pelos modificados que actuarán como barrotes de una celda (venus atrapamoscas).
  • Droseras: presentan pelos y/o gotas pegajosas donde el animal queda adherido (la mayoría de las especies de la península ibérica).
  • Nephentes: plantas con cavidades interiores llenas de un líquido viscoso que retiene al animal una vez cae dentro (plantas jarrito).
  • Utricularias: plantas insectívoras acuáticas con pequeñas vesículas aspiradoras que se activan ante el roce de larvas de mosquitos, absorbiéndolas con la ayuda de pequeñas corrientes de agua hacia cámaras interiores donde son digeridas (lentibularias acuáticas).
Principales grupos de plantas insectívoras. Elaboración propia para Ideas Medioambientales.

Nitrógeno y fósforo, el preciado tesoro

Las plantas insectívoras prosperan fundamentalmente sobre suelos muy pobres en nitrógeno y fósforo, de manera que la evolución ha dotado a estas especies vegetales de un tipo de enzimas llamados proteasas que son propios de la bioquímica animal, especialmente dos; la quitinasa para obtener el nitrógeno del exoesqueleto y la fosfatasa para extraer el fosforo de los tejidos animales. Una vez que el animal es atrapado, glándulas especializadas de estas plantas segregarán las enzimas que irán procesando los tejidos animales hasta convertirlos en compuestos asimilables por las plantas. El nitrógeno es esencial para sintetizar los aminoácidos que constituyen las proteínas y también las bases nitrogenadas del ADN. El fósforo, por su parte, actúa como “pegamento” entre los ácidos nucleicos de ese ADN, siendo esencial para su famosa estructura de “doble hélice”, dos elementos esenciales para los seres vivos que las plantas insectívoras, dada la escasez de estos nutrientes en su medio físico, obtienen del reino animal, dándole una vertiginosa vuelta de calcetín a la cadena trófica.

Plantas carnívoras de la península ibérica

Tal vez exista la impresión de que las plantas carnívoras son especies exóticas exclusivas de las selvas y climas tropicales del planeta, pero en realidad, están ampliamente extendidas por el mundo y, desde luego, también hay presencia de unas 16 especies autóctonas en la península ibérica. En nuestro país, las familias más numerosas son lentibulariáceas (9 especies) y droseráceas (7 especies), con presencia en algunas especies extensa y otras muy reducidas y en peligro de extinción, con muy pocos ejemplares, que prosperan desde turberas y pantanos a manantiales cristalinos de alta montaña, una variedad de especies, hábitats y adaptaciones que las convierten en verdaderas joyas del reino vegetal y de la flora peninsular.

Imagen Nombre Hábitat Distribución
Drosophyllum lusitanicum (Pino rocío) Suelos muy ricos nutrientes, pero pobres en hierro llamadas herrizas.
Drosera intermedia (Rocío del sol) Manantiales naturales y turberas a partir de 750 metros de altitud
Drosera rotundifolia (Cola de raposo) Humedales y zonas pantanosas
Pinguicula vulgaris (Grasilla o tiraña) Aguas estancadas y humedales
Grasilla Utricularia australis (Grasilla acuática) Humedales
Pinguicula dertosensis (Violeta de agua) Bordes de arroyos y manantiales de serranías y montañas
Pinguicula longifolia

(Grasilla de hoja larga)

Montañas del Pirineo central
Pinguicula mundi Roquedos y travertinos calcáreos sierra de Alcaraz y sierra del Calar del Mundo (Albacete)
Pinguicula navadensis Zonas encharcadas de alta montaña
Pinguicula alpina
Zonas encharcadas de alta montaña

Fuente: Proyecto Anthos. Ministerio de Medio Ambiente

Chema Fernández, Biodiversidad

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