El Quijote y las Lagunas de Ruidera

“Solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha las llaman las lagunas de Ruidera” (El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha. Segunda Parte. Miguel de Cervantes y Saavedra).

Créditos: Imagen base vectorizada de fotografía del MITECO sobre PN Lagunas de Ruidera. Imagen de Quijote y Sancho tomada de www.zazle.es

Muchos siglos después de que la grandiosa pluma de Cervantes llevara al Quijote a las Lagunas de Ruidera, cuna del Guadiana, el cuarto río de la vieja Iberia, otro genio de nuestra literatura, José Martínez —Azorín—, gran impulsor de la Generación del 98, quiso hollar con sus propias pisadas aquellos caminos quijotescos para inspiración de su serie de ensayos sobre el mundo rural; El alma castellana (1900), Los pueblos (1904) y Castilla (1912). Azorín recorrió Criptana y El Toboso, la patria de Dulcinea, desde la estación de ferrocarril de Alcázar de San Juan hasta el Campo de Montiel para, finalmente, descubrir atónito la belleza de las Lagunas de Ruidera y la famosa cueva de Montesinos, una suerte de viaje iniciático que le permitió desentrañar a los campesinos de aquellas tierras que ‘el manco de Lepanto’ inmortalizó para siempre en la más universal de nuestras novelas.

Es indudable que los paisajes donde el agua es la ley han cautivado desde siempre la atención de los humanos, igual que las ascuas del fuego o el brillo de las estrellas en la noche. El oleaje del mar, los reflejos del bosque sobre la quietud de las aguas de un lago, el murmullo de las pequeñas cascadas o el burbujeo de un arroyo entre las piedras de su cauce ejercen tal conexión con nuestro genoma más profundo que son capaces de retrotraernos a lo más primitivo de nuestra esencia y nuestros orígenes como seres vivos. Este embrujo fascinante, sin embargo, no ha sido suficiente para conservar en plenitud los ecosistemas hídricos que, desde los grandes océanos hasta pequeñas charcas, están sufriendo drásticamente los efectos del cambio climático, la contaminación, la destrucción de hábitats y la pérdida asociada de vida silvestre.

En este inquietante cruce de caminos se encuentran las singulares Lagunas de Ruidera, un genuino sistema lacustre interconectado por pequeños desniveles del terreno que constituye una de las joyas más preciadas de la naturaleza manchega. Su existencia está favorecida por todos los dones del encanto. Esculpidas con el cincel de una espectacular geología, se asientan sobre terrenos de tobas calcáreas, dolomías y margas yesíferas que liberan carbonatos a las aguas, formando bellísimos travertinos que generan sus pequeñas pero irresistibles casadas. Su vegetación atesora el encanto de la flora autóctona de los humedales interiores; densas orlas de carrizos, juncos, masiegas y espadañas, coronando el estrato arbóreo espesos cordones de álamos blancos y chopos junto a manchas relictas de los encinares y sabinares que antaño poblaron sus bosques primigenios.

Ejemplar de Aguilucho lagunero en Lagunas de Ruidera. Foto: Consejería de Desarrollo Sostenible de la Junta de Castilla La Mancha.

En sus lagunas medran los patos colorados, los ánades reales, los somormujos o las fochas y, bajo sus aguas, bulle una de las comunidades de ictiofauna lacustre más ricas de toda España. Pero sin duda, el rey de la avifauna es el aguilucho lagunero, especie declarada vulnerable en Castilla La Mancha y que encuentra en el denso herbazal de las riberas el hábitat ideal para su nidificación y cría.

 

 

 

 

 

Pero la importancia de Ruidera trasciende lo puramente ecológico o ambiental para erigirse en patrimonio cultural de las tierras manchegas, un paisaje de pertenencia y raigambre colectiva que evocó en Cervantes la belleza sin igual de la naturaleza y la sencillez de sus gentes, porque  el literato mayor de las letras hispanas quiso sembrar en ellas una alegoría que fuera eterna: su entorno, su belleza, sus leyendas, hacen soñar al visitante y con su estilo incomparable recreó ese simbolismo en la onírica fantasía de casi 100 horas que vivió Don Quijote en la famosa Cueva de Montesinos. “Si los reyes supieran de la belleza de estos lares cambiarían sus palacios por la vida de los lugareños”, escribiría el periodista Julio Llamazares (2015) sobre este mágico paraje.

Distintas láminas recreando la entrada y estancia de D. Quijote en la mágica cueva de Montesinos.
Distintas láminas recreando la entrada y estancia de D. Quijote en la mágica cueva de Montesinos.

 

Con todo, habrá quienes sigan pensado que la conservación de unas cuantas lagunas en un paraje recóndito entre Albacete y Ciudad Real, es una cuestión menor. Hoy, los humedales constituyen algunos de los hábitats más sensibles y amenazados del planeta Tierra. Sus funciones como sumideros de carbono y mitigadores del calentamiento global, su explosión de vida en forma de flora y fauna silvestres, su importancia como “riñones” que filtran y purifican las cuencas fluviales y la singular belleza de sus paisajes, deben hacernos extremar las medidas para su conservación y disfrute. Es sin duda, un mensaje secular que Cervantes quiso emitir a través de los tiempos y que debemos leer entre líneas para extraer su verdadero sentido.

La conservación de Ruidera y su esplendorosa belleza, cuna del Guadiana, son una inyección de optimismo para afrontar con esperanzas de éxito los grandes retos que nuestra existencia plantea a la sostenibilidad del Planeta. Se lo debemos a Cervantes, a Don Quijote, a Sancho y a todas las ninfas, hadas y duendes que pueblan esas tierras.

 

Para saber más:

  • Guías Verdes – Lagunas de Ruidera. Susaeta Ediciones SA.
  • Catálogo ornitológico del Parque Natural “Lagunas de Ruidera”. López Sánchez, M. (2006)
  • Castilla. José Rodríguez Azorín (1912)
  • Parque Natural Lagunas de Ruidera. Ecohábitat (1997)

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