Según la definición del diccionario de la RAE, la trashumancia es “Acción y efecto de trashumar”, lo que nos lleva a que trashumar sería, según el propio diccionario, “Dicho del ganado o de sus conductores: Pasar desde las dehesas de invierno a las de verano, y viceversa” o “Dicho de una persona: Cambiar periódicamente de lugar”. Estas migraciones periódicas y/o estacionales fueron trazando con el paso del tiempo lo que conocemos como “vías pecuarias”.
Las vías pecuarias son las rutas tradicionales usadas por el ganado trashumante, para sus movimientos estacionales en busca de los pastos más productivos y a tal efecto, ya estaban protegidas desde al menos el siglo XII con la creación del “Honrado Concejo de la Mesta” por el rey Alfonso X, en el año 1273 (miteco.gob.es).
La importancia de las vías pecuarias desde los tiempos prehistóricos es bien conocida, como importantes atractivos de asentamiento de población y rutas de comercio.
Desde que el ser humano, probablemente hace más de 10.000 años, empezó a controlar el desarrollo y movimiento de las manadas de animales que le servían de sustento, eligiendo la caza de aquellas piezas que no supusieran una merma a futuro del rebaño y siguiendo las migraciones estacionales de los animales, esas vías migratorias, que acabarían siendo “pecuarias” cuando la domesticación del ganado llegó a su culmen, se convirtieron en un elemento clave para el desarrollo de la civilización humana.
Como es natural, la trashumancia conllevaba, no sólo el movimiento de los animales y la propia gente que los pastoreaba, sino que los rebaños iban acompañados de pequeñas caravanas de carros en las que había que trasladar todo lo necesario para el mantenimiento de animales y humanos. Caravanas que iban dejando su huella en los caminos por los que transitaban hasta crear, en algunos casos, verdaderos “carriles” por los que debían circular los carros sin salirse de los mismos a riesgo de rotura de sus ruedas.
Este es el caso que nos encontramos en un tramo de la Cañada Real de Andalucía a Valencia a su paso por las proximidades de la población de Masegoso, en la provincia de Albacete, concretamente entre los parajes con nombres tan sugerentes como Las Cañaicas y Vaquerizas, y donde, por supuesto, también encontramos multitud de huellas de los trashumantes.
En esta zona, en concreto, se localiza una de las áreas de parada y descanso que se iban estableciendo a lo largo de estas vías que servían, al mismo tiempo, de protección para personas y animales.
Esto queda reflejado en el terreno por la presencia de todo un conjunto de estructuras realizadas a base de mampuesto en piedra seca formando grandes corrales para resguardo del ganado. Estos cercados pueden llegar a tener una superficie de casi 1 hectárea y presentan muros perimetrales que conservan alturas de más de 2 metros en algunos puntos.
El grosor de esos muros no deja de ser tampoco impresionante, llegando a alcanzar casi los 2 metros; realizados, como suele ser común en este tipo de construcciones, mediante alzados careados mediante bloques al exterior y al interior y relleno de ripio de menor tamaño entre caras, sin ningún tipo de argamasa que ayude a conformarlos, como decíamos.
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José Luis Serna, Arqueología