Dicen los viejos de este país que, hace décadas, los ríos y arroyos de nuestros pueblos y montes palpitaban rebosantes de biodiversidad. Aquellos niños, en los veranos de su infancia, acudían a aquellos hervideros de vida silvestre con pantalones cortos, meriendas de pan con chocolate y piernas atestadas de postillas para buscar valiosos tesoros en forma de renacuajos, lagartijas, cangrejos de río y toda suerte de peces de agua dulce, entre ellos, las famosas y apreciadas anguilas. Ahora y, lamentablemente, la anguila ha perdido su reino.
Los peces representan el mayor porcentaje de vertebrados del mundo (más del 50%) y su más de 25.000 especies —tan dispares entre ellas como un caballito de mar y un tiburón blanco—, han sabido colonizar todos los ambientes acuáticos del planeta, desde los mares glaciares hasta los arrecifes tropicales, pasando por las simas oceánicas o los lagos dulceacuícolas de alta montaña.
Dentro de esta fabulosa diversidad evolutiva cobran especial interés los peces diadromos, especies que desarrollan una fase de su ciclo biológico en aguas epicontinentales (ríos, arroyos, lagos) y otra parte de su fenología en aguas salobres (rías, estuarios) y/o marinas. La anguila, es una de ellas. La migración y reproducción de esta especie fue un misterio hasta el siglo XX, cuando se descubrió su territorio de desove en el mar de los Sargazos, entre las Bermudas y Puerto Rico. Las anguilas viven en las aguas continentales y, cuando alcanzan la madurez sexual en lagos y corrientes de agua dulce, siguen el curso de los ríos y arroyos, deslizándose en ocasiones sobre la hierba mojada de la orilla, hasta llegar al océano, donde nadan o se dejan arrastrar por las corrientes hasta llegar al mar de los Sargazos. Allí desovan en aguas profundas y la hembra produce hasta 20 millones de huevos de flotación libre. Durante esta migración no se alimentan y mueren después de la freza.
En este complejo ciclo, las larvas nacen en aguas libres oceánicas, pasan a alevines en aguas intermedias, se transforman en juveniles en estuarios salobres, son inmaduros en aguas dulces y, finalmente, alcanzan el estadio de adultos en medios nuevamente salobres. Conocido este ciclo, cabría preguntarse, ¿qué ventaja adaptativa les confiere esta diversidad de fases y hábitats a las especies diadromas? La respuesta es clara: disminuir la presión sobre los recursos tróficos. Muchas fases ontogénicas de un mismo individuo en hábitats diferentes, permite atomizar la población, no concentrarla en un mismo biotopo y, por consiguiente, ampliar los nichos tróficos, lo que evita la sobreexplotación del alimento de forma intensiva, en el mismo sitio y al mismo tiempo.
Para esta vida de hábitats cambiantes las águilas presentan adaptaciones evolutivas que les permiten prosperar en aguas de distinta naturaleza. Sus aletas dorsal y anal, comienzan en las inmediaciones de la cabeza y se unen en la cola, lo que le suministra un excelente empuje natatorio que le permite remontar ríos a contracorriente. Tienen densos sistemas capilares en la piel por lo que pueden absorber oxígeno directamente del agua o el aire. Poseen orificios branquiales pequeños que impiden que las branquias se sequen rápidamente, lo que, unido a la vascularización de su piel, les permite sobrevivir durante periodos prolongados fuera del agua o en medios con baja concentración de oxígeno. En esos casos, pueden incluso “saltar” de unas charcas a otras desplazándose por la hierba, por lo que presentan su cuerpo cubierto de una capa mucosa que las vuelve resbaladizas y facilita estos movimientos.
Hace 50 años las anguilas estaban presentes en la práctica totalidad de las cuencas hidrográficas de Iberia, hoy, malviven en los sistemas fluviales y tramos bajos no contaminados de la cornisa Cantábrica, Levante y algunas cuencas al sur del Valle del Guadalquivir. La sobrepesca de la especie por su apreciadísima carne, tanto en fase adulta como alevines (angulas), la contaminación y alteración de los hábitats fluviales y marinos, la construcción de embalses sin escalas que provocan efecto barrera en sus movimientos migratorios, son las causas principales de su desproporcionada disminución Se estima que el declive de la anguila alcanzó el 80% con respecto a su población de mediados del siglo XX (Freyhof, 2010), con una radiografía muy similar a otras especies diadromas como el esturión, la lamprea, el sábalo o las truchas y salmones.
La recuperación de la anguila no pasa únicamente por el refuerzo de sus poblaciones con la liberación de centenares de miles de alevines. Requiere un plan mucho más transversal que tenga como objetivo recuperar los medios fluviales, consolidar los bosques de ribera, perseguir los vertidos ilegales, regular la actividad extractora de áridos y construir pasos para fauna piscícola en las presas y embalses, un ambicioso programa de conservación que debe llevar implícito la recuperación de los ríos como espacios naturales esenciales para la vida silvestre, los paisajes y la cultura humana. Tal vez si les devolvemos sus chopos y álamos, sus cangrejos y libélulas y sus piedras blancas bajo aguas transparentes, la anguila y otras muchas especies recuperen su reino perdido. Devolvámosles aquellos ríos donde nuestros abuelos, en los veranos de su infancia, acudían con pantalones cortos, meriendas de pan con chocolate y piernas atestadas de postillas.
Chema Fernández, Biodiversidad