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Entre el colapso y la esperanza

Colapso1

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La historia que contamos hoy a nuestras lectoras y lectores proviene de un tiempo en que los imperios eran tan comunes como las montañas. Europa vive su periodo de expansión colonial y las potencias del viejo continente surcan los mares ocupando tierras y mapeando los confines oceánicos.  En mitad de aquella vorágine, un 5 de abril de 1722, domingo de Pascua de Resurrección, un barco de la marina holandesa fondeaba frente a una extraña isla de la Polinesia llamada por sus nativos Rapa Nuí, bautizada más tarde por los europeos como Isla de Pascua, por haber arribado a su costa en esa efeméride tan señalada del calendario cristiano. Al desembarcar y explorar la ínsula encontraron los despojos de lo que, sin duda, había sido una de las civilizaciones más prósperas y avanzadas de los archipiélagos del Pacífico. Jakob Roggeveen, comandante de la expedición, escribiría en su diario de a bordo:

[…] La vegetación autóctona consiste sobre todo en herbazales. La tierra es fértil y se cultivan papas, caña de azúcar, raíces de taro, tabaco y frutas tropicales. La principal fuente de agua dulce procede de la lluvia acumulada en los lagos naturales” […]

Recreación de la llegada de los europeos a la Isla de Pascua el 05 de abril de 1722. Fuente: Historia de la isla de Pascua: https://imaginarapanui.com/isla-de-pascua-historia/

El caso de la isla de Rapa Nuí es tomado de forma recurrente en los libros de ecología como paradigma de las consecuencias de una crisis ambiental a escala local. Sus habitantes nativos habían sobreexplotado la tierra y casi agotado la pesca.  Para la construcción de sus gigantescas y enigmáticas esculturas, llamadas moais, habían talado miles de árboles hasta roturar la práctica totalidad de la isla.  La intensa deforestación provocó pérdida de suelo fértil y desertización, haciendo inviable la agricultura. Esta falta de recursos derivó indefectiblemente en enfrentamientos entre clanes, luchas intestinas y finalmente el abandono definitivo del lugar.

Jacob Roggeveen y sus primeros bocetos sobre la cartografía de Rapa Nuí (1722). Fuente: Historia de la isla de Pascua: https://imaginarapanui.com/isla-de-pascua-historia/

Si planteamos la metáfora, no es difícil comparar la Tierra con una isla que viaja por el espacio, y a nosotros los terrícolas, con los aborígenes polinesios que agotaron los recursos. El fin de Rapa Nuí es también uno de los ejemplos más conspicuos que Jared Diamond, profesor de geografía de la Universidad de California, tomó como argumento para su obra más conocida, Colapso: Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen (2005), un estudio inteligente y entretenido, lleno de datos y de ideas originales, sobre el pasado y el futuro del planeta, sobre por qué desaparecen las civilizaciones y sobre los desafíos de la humanidad. En las páginas de su genial ensayo el autor estadounidense analiza a algunas de las civilizaciones que colapsaron y desaparecieron, igual que Rapa Nuí, a consecuencia de crisis ambientales y ecológicas como las sufridas por los colonos de la isla de Pitcairn, los anasazi, la civilización maya o los asentamientos normandos en Groenlandia.

Todos los casos guardan denominadores comunes: La deforestación y la destrucción del hábitat, los problemas de suelo (erosión, salinización y pérdidas de fertilidad), una gestión inadecuada del agua, contaminación hídrica y tratamiento de los residuos, La caza y pesca excesiva, las consecuencias de introducir especies invasoras, el crecimiento poblacional humano y el impacto negativo, casi irreversible el medio ambiente (huella ecológica).

Nos suenan, ¿verdad?

El profesor estadounidense, Jared Diamond, autor de unos de los ensayos más importantes sobre ecología en el siglo XXI.

Es terrible no aprender de los errores del pasado. La comunidad científica lleva décadas advirtiéndonos de las nefastas consecuencias y los efectos catastróficos de una crisis ecológica a escala planetaria y, aun así, los seres humanos nos levantamos cada mañana pensando que somos criaturas inmortales y que los problemas que nos acucian como especie y como civilización no van ni con nosotros ni, mucho menos, con nuestro estilo de vida occidental. Pasamos por alto dos variables esenciales que no tuvieron los pueblos pretéritos. De una parte, la finitud espacial. Si los nativos de Rapa Nuí o los colonos de Pitcairn agotaban los recursos de sus islas, les bastaba con embarcarse en canoas y buscar otros lugares donde asentarse y prosperar. Hoy, las crisis ecológicas locales se han convertido ya en globales, afectando a la totalidad del planeta y, al menos de momento, no podemos abandonar la Tierra para instalarnos en otros mundos.

La otra variable es la predicción temporal. Los modelos científicos nos permiten conocer con gran exactitud el grado de agotamiento de nuestros recursos, las alteraciones climáticas, medir la contaminación o la pérdida de biodiversidad y, a pesar de ello, seguimos instalados en un modelo de consumo depredar e insostenible con el planeta y profundamente insolidario con millones de seres humanos que sufren los efectos de la globalización y el desarrollismo de los países del primer mundo. Sabemos lo que puedo ocurrir, pero, en aras de no renunciar a nuestras comodidades ni estilo de vida postindustrial, hacemos bien poco para evitarlo. “Que los vengan detrás, las generaciones futuras, se aprieten el cinturón”, parece ser el adagio que mueve nuestro modelo de sociedad y convivencia.

Y es aquí donde entraría en escena la última parte del ensayo de Diamond, la esperanza de que los seres humanos aprendamos definitivamente a relacionarnos de manera sostenible y sustentable con nuestro entorno, basando nuestras relaciones entre pueblos y culturas en la solidaridad, el reparto de riquezas y el progreso compartido.

Figura 04: Las regeneraciones de la cobertura forestal por los nativos de Tikopia es uno de los ejemplos de gestión sostenible que contaba Diamond en su ensayo.

Como antítesis de las civilizaciones colapsadas Diamond narra los casos opuestos de los nativos de la pequeña isla de Tikopia, cuya economía circular y regenerativa les permitió conservar su entorno, la exitosa agricultura ecológica de Nueva Guinea central y su gestión de las masas arbóreas y del agua dulce, así como el “milagro de los bosques” de Tokugawa, en Japón, cuyos suelos conservan una cobertura autóctona con más de mil años de antigüedad.

El ensayo de Diamond, uno de los más importantes de la literatura ecológica en lo que llevamos de siglo, es un aldabonazo a la conciencia de la humanidad y a todos los sectores del mundo desarrollado: ciudadanía, empresas, tejido productivo y dirigencia política para hacernos un nuevo llamado como especie y preguntarnos qué queremos ser de mayor, qué clase de planeta queremos dejar a nuestras hijas e hijos y, sobre todo, qué hijos queremos dejarle a nuestro planeta.

El viaje de Magallanes-El Cano que demostró la finitud de la Tierra en siglo XVI, el inquietante informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento en 1968, la Primera Cumbre de la Tierra en 1992, el protocolo de Kyoto en 1997 y los efectos del calentamiento global que llevábamos décadas sintiendo, son hitos de una historia que Diamond supo sintetizar y actualizar en su portentoso ensayo, una voz convertida en grito que nos interpela para aprender de los errores del pasado y nos anima a construir un futuro mejor, más respetuoso con la naturaleza y más acorde a la dignidad humana. Un futuro que debemos empezar a construir con la certeza de que de lo deseado es realmente posible porque de eso, precisamente, trata la esperanza.

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