Hazañas en el Cabezo Juré
El Cabezo Juré es uno de esos mágicos lugares que todo niño debería explorar con su pandilla de amigos. Una excursión convertida en aventuras interminables donde las oscuras cuevas llenas de murciélagos se iluminaban con antorchas proyectando en todas direcciones sombras aterradoras. Donde el frío y la humedad te calaban los huesos. Donde comienzas a apreciar el valor de la mano de un amigo que te ayuda a vencer el pánico y a sortear obstáculos para que todos juntos llegáramos hasta el final de aquel entramado de galerías de aquella mina abandonada… Al salir de aquel “submundo” eras todo un héroe y jamás podrás olvidar la “gran hazaña”.
Al dejar atrás las cuevas nos íbamos todos a la “pinguricha”, que es como en El Alosno llamamos a las cimas de los cabezos. Desde allí el paisaje es imponente. El Gran Monte Mediterráneo se convertía en una alfombra verde a nuestros pies. Ese bosque gigante e interminable lleno de animales y plantas que competíamos por conocer… ”Nuestra primera Escuela”.
Y al volver a casa, el olor a chimenea, la copa de cisco encendida bajo las enaguas de la mesa de camilla, el beso de tu abuela y de tu madre, ese bocadillo de pan de pueblo y el vaso de leche de las vacas de la vecina. La seguridad del hogar, pero tú sólo soñabas con volver a aquel lugar mágico… al Cabezo Juré.
Regreso al Juré
Es curioso cómo los escenarios donde se han interpretado tantos capítulos de tu vida, de repente, lejos de ser una página obsoleta y releída del guión, se tornan de nuevo una fuente inagotable de conocimiento e inspiración.
Eso me pasó con el Cabezo Juré ya en mi juventud cuando me enteré que un tal Francisco Nocete Calvo, director del Proyecto Odiel, había descubierto un poblado Calcolítico en la cima de ese Cabezo que me vio crecer. En esa época, recién comenzada mi andadura universitaria (Ingeniería Técnica Forestal). Se mezclaron sin esperarlo mis dos pasiones: la Arqueología y el bosque.
No paré hasta que conseguí trabajar en la excavación y día tras día, a la hora del bocadillo, buscaba la excusa para comer con los arqueólogos y saciar mi curiosidad sobre tantas incógnitas de aquel poblado…Sin querer estaba volviendo a mi infancia y aquel mágico lugar se volvía a convertir en el protagonista de mis sueños.
En amenas conversaciones y afinando muy bien el oído fui capaz de entender lo Increíblemente importante que era ese lugar desde tiempos inmemoriales.
Resulta que hacía 5000 años en aquel lugar pasaban cosas que no pasaban en ningún otro sitio. Allí vivía una comunidad tan especializada en la producción metalúrgica, que casi solamente hacían eso…producir manufacturas de metal como hachas, diferentes cuchillos, punzones, agujas y lingotes de cobre para comerciar con otros poblados en los que aquella materia prima era una auténtica revolución tecnológica. Aparte, tenían una producción de puntas de flecha y de lanzas de sílex de las más abundantes de la Península Ibérica.
El Poblado del Juré estaba fuertemente jerarquizado. Había una muralla que separaba a una élite que controlaba los hornos de cobre, la producción, manufactura y distribución al resto del poblado de herramientas y útiles metálicos. También controlaban un enorme aljibe que, según los técnicos, no solo tenía utilidad para el proceso de fundición. Seguramente, y debido a su gran capacidad, servía también para redistribuir agua al resto del poblado en caso de necesidad.
Impacto ambiental
Cuanto más sabía de aquel poblado más fascinado quedaba de todo lo que rodeaba la vida de aquella comunidad. No sólo en lo que a minería, jerarquización social, producción de todo tipo de útiles domésticos y de comercio se refiere, sino que también comencé a interesarme por el impacto ambiental que provocó esa ingente actividad minera. Y es que, a medida que avanzó la vida del poblado, la tala de árboles se agudizó y la deforestación alcanzó tal magnitud que prácticamente acabaron con el bosque de encinas en un radio de varios kilómetros. La explicación de tales hechos está en la necesidad constante de madera para mantener los hornos metalúrgicos en activo.
Los análisis Palinológicos demostraron que la degradación del ecosistema que rodeaba al poblado transformó a tal nivel la composición florística del entorno que también desaparecieron definitivamente los bosques de fresnos, sauces, álamos, alisos, juncos floridos y filigrana que protegían los cursos de agua.
Estamos pues ante un claro ejemplo de impacto ambiental ocasionado por el aprovechamiento de los recursos naturales de manera intensiva. Al desaparecer los bosques en varios kilómetros a la redonda transformaron totalmente el ecosistema y desapareció la base en la que se sustentaban sus propios recursos alimenticios. Cada vez tenían que recorrer más distancia para cazar. Al desaparecer el suelo que sustentaba el bosque afloraron los estratos minerales ricos en polimetales originados por el vulcanismo submarino que creó este territorio, el Andévalo onubense en el Paleozoico inferior. Este afloramiento contaminó las aguas superficiales y los acuíferos de todo el entorno añadiendo otro problema a la supervivencia de aquella sociedad minera.
La transformación del entorno es sólo un capítulo más de la rica historia de aquellos primeros mineros del Alosno que fueron durante, al menos 200 años, una élite que dominaba técnicas metalúrgicas desconocidas hasta entonces en el suroeste europeo.